«Cómo podría yo negar el poder del mal cuando veo lo que ocurre y ha ocurrido desde el día que nací: la segunda guerra mundial, con sus más de cuarenta millones de víctimas; Auschwitz y los campos de la muerte; el genocidio camboyano; la sangrienta tiranía del régimen de Ceauşescu; la tortura convertida en sistema de gobierno en casi todo el planeta… La lista de horrores es interminable. […] Creo, por tanto, que tenemos razones para calificar estos actos de ‘diabólicos’. No porque hayan sido inspirados por un Diablo con cuernos y pezuñas, sino por un Diablo que simboliza el espíritu y el poder del mal que obra en este mundo.»