Hola de nuevo a todos:
Después de varios días sin acudir a mi cita en este espacio, hoy quiero rendir un pequeño homenaje a mis mayores y también a los vuestros, sean o no cercanos. Vaya por ellos. Vaya por todos aquellos niños y niñas de la posguerra que a temprana edad ya ejercían de hombres y mujeres. A todos aquellos que vieron un lápiz y un papel en contadas ocasiones y que, por necesidad, cambiaron el aula por el trabajo duro, a los que renunciaron a las muñecas de cartón, los caballitos de madera y la enciclopedia Álvarez por el azadón y la pala, por el cuidado de hermanos pequeños, por las labores del campo… Vaya por los no graduados cum laude .
Cuando era un chaval solía reírme con frecuencia de algunos chascarrillos que decían mis padres, mis tíos, sus amigos…, ajenos ellos a que sus frases provocasen la sorna altiva de aquel que no tenía pudor en corregir sus errores, esperando el siguiente, a ver si la burrada era mayor. Un juego peligroso por lo que provoca en los demás, pero inocente por el desconocimiento del que lo practica.
La de veces que me reí cuando oía palabras como “termódromo” por termómetro, “salomera” por salmonelosis, “devenencia” por demencia senil, proyerto, tuíllo, tápez, guchillo, roílla, cormigo, modernuras… la lista era interminable.
El discurrir de los días también venía salpicado de frases hechas, y odiosas en su tiempo, que me hacían sentir francamente mal. Aparte de estas anécdotas, sentía rabia cuando me repetían una y otra vez cosas como …¡Ya pasarás por mi puerta! o “¡Más vale un por si acaso que cien pensé que…”, incluso frases que salen del corazón como “¡Lo que no sirve no lo quiero a mi lao!”, «¡No tengo que correr para pillarte!»… Una para cada día y todos los días, cuando menos, una.
Y aquí estoy ahora, después de algunos años, bastantes cambios y muchas horas de estudio entre colegio, instituto y universidad, el niño ha templado su orgullo y ya es adulto. La vida coloca a cada uno en su sitio, siempre hay un tiempo para todo. Y hoy es tiempo de reflexión.
Cuando paso por esa puerta tantas veces anunciada. Cuando, por miedo, no he sido capaz de asumir ciertos cambios que iban en contra de la comodidad establecida, cuando “pensé que..“ o cuando le di importancia a situaciones que no la tienen pero que la sociedad te induce a que la tenga, miro atrás y la sonrisa se torna melancolía. Observo que las frases y chascarrillos de aquellos que realmente se doctoraron sin querer en la Universidad de la Vida han calado con más intensidad en mi forma de ser y mi día a día que la formación académica y las noches en vela.
Y es que ciertamente hay frases no escritas ni publicadas que bien valen un reconocimiento. Que bien valen un sobresaliente, un sencillo homenaje, un “lo siento” a toro pasado.
Ahora que con tanta frecuencia “paso por vuestra puerta”. Que procuro darle importancia a lo que de verdad la tiene. Que no quiero nada junto a mí que no me aporte algo. Ahora es el momento de agradeceros esas lecciones tan cortas, pero tan cargadas de significado.
Pensé que nunca escribiría esto. Pero hoy, por si acaso, quiero compartirlo con vosotros.
Carlos.
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